Después de haber entrado en calor disfrutando de una comida riquísima de legumbre típica bañezana, proseguimos hacia la apoteosis final que fue llegar a Santa Colomba de la Vega.
La Iglesia de Santa Colomba de la Vega cuenta con un retablo en el Altar Mayor que se sitúa entre el siglo XIV y el XV además de otros dos retablos laterales de gran importancia, según nos informó muy amablemente la Señora Pili.
Pero lo más sobresaliente de este edificio religioso son sus armaduras de cubierta en presbiterio y nave del siglo XV. Desborda toda previsión la policromía de sus lacerías, ruedas, estrellas, mocárabes y otros elementos decorativos además de numerosas cruces de Malta.
Deslumbra en su conjunto esta joya mudéjar. Este artesonado, el más completo y mejor conservado de Castilla y León, irradia la magia de las increíbles geometrías de este arte de origen nazarí. Es una maravilla única de un universo del que todavía no se ha podido desentrañar todo su significado.
Y con la oscuridad de una tarde lluviosa nos acercamos al Museo La Fragua, todo un homenaje a la tradición artesana donde encontramos todo tipo de variopintos enseres de forja y labranza. El herrero, Tomás González, nos atendió con todo cariño y nos enseñó y explicó con algo de nostalgia toda la actividad que había llevado a cabo en este lugar. Su esmero y dedicación ha hecho posible un lugar para el recuerdo de oficios otrora fundamentales en estas tierras, pero ya pasados.
Y finalizó el día con el brillo de la fina lluvia en los cristales del autobús y el reflejo de las luces navideñas en el suelo húmedo de la ciudad a nuestra llegada, con la satisfacción de volver con el espíritu pletórico, enriquecido por haber disfrutado del maravilloso arte y la cultura de nuestro pasado. Enorme agradecimiento a todas las personas que han hecho posible esta actividad, desde las que lo han organizado en la Asociación Pulchra Leonina hasta las que nos acogieron y regalaron su tiempo y saber en cada pueblo.
Texto: Carolina del Río Martínez.
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