A la hora de hacer esta crónica, mi primera intención fue apelar a la memoria de los datos que las guías nos aportaron y que me parecían más relevantes, y documentarme en todo aquello, que es mucho, que yo no recordaba; pero he pensado que para los que vivimos en León, es obligada esta visita o la revisita, pues San Isidoro, su museo y muy especialmente el Panteón de los Reyes y la observación del cáliz de Doña Urraca, son sensaciones inolvidables que quedan para siempre en la mente. Así que hablaré especialmente de impresiones y de algunos datos que me parecen interesantes.
A las cuatro y media de la tarde ya estábamos impacientes por entrar. Nos dividieron en tres grupos, cada uno con su guía.
Pudimos subir a la parte romana de la muralla, la que tiene mayor antigüedad, y contemplar desde allí una parte de la ciudad que no vemos a menudo desde esa perspectiva. Nos acercamos a la emblemática Torre del Gallo, el campanario de la basílica, de planta cuadrada, que rodea el cubo sobre el que se construyó en el siglo XII. Está coronada por una réplica de la veleta del gallo que le da nombre, cuyo original vimos después en una de las salas. El estudio del interior del gallo. llevado a cabo por el Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de León, ofreció un testimonio sorprendente, pues se vio que las tierras y el polen que contenía eran de especies vegetales distintas a las existentes en el tejado donde había estado fijado, y se averiguó que pertenecían a variedades orientales propias de la cuenca del Golfo Pérsico. A partir de los estudios científicos todo fueron conjeturas, sin que haya sido posible seguir su rastro. Las hipótesis apuntan a que puede tratarse de una obra fabricada entre los siglos VI y VII, importada de Oriente por Al-Andalus y que a partir de ahí pudo ser un obsequio, un tributo, o producto de saqueo. El soporte sería de época más tardía.
Accedimos, a continuación, a la sala donde se contiene como pieza única el cáliz de Doña Urraca. Los historiadores Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega, concluyeron, tras investigar el hallazgo de unos pergaminos en la Universidad egipcia de Al-Azhar, que podría ser el cáliz con el que Jesús celebró la Última Cena. La “copa” habría viajado a la península en el siglo IX, como regalo del califa fatimí al emir de Denia, quién a mediados del siglo XI se lo entregaría a Fernando I, rey de León y padre de Doña Urraca; hasta este descubrimiento y aún en la actualidad ha sido y es Doña Urraca la titular del emblemático cáliz, una copa de ágata, adornada con la filigrana de oro y las piedras de las joyas que ella misma entregó para este fin.
Otra de las zonas visitables es la magnífica biblioteca renacentista, construida en el siglo XVI por Juan de Badajoz, el Mozo. Contiene más de dos mil libros, entre ellos hay trescientos incunables. Protegida en su vitrina se encuentra una Biblia Visigótico Mozárabe datada en el año 960. Es una de las cinco Biblias completas que se conservan de ese periodo en el mundo. Consta de más de quinientos folios de pergamino que recogen textos y miniaturas con episodios del Antiguo Testamento. Fue realizada por artistas que siendo cristianos tenían costumbres musulmanas y, aunque está escrita en latín, en los márgenes lleva anotaciones en árabe.
Llegamos después al segundo o quizá el primer objetivo de esta actividad cultural: contemplar el Panteón de los Reyes de León, conocido como la “Capilla Sixtina del Arte Románico”. Fueron Fernando I y Sancha quienes lo mandaron construir para utilizarlo como cementerio real. En él se enterraron reyes, reinas y nobles, pero sufrió el saqueo de las tropas napoleónicas, unos 2.000 soldados franceses, que bajo el mando del general Soult, convirtieron San Isidoro en cuartel, profanaron los sarcófagos para saquear sus joyas y esparcieron por el suelo los restos mortales. Actualmente permanecen únicamente dos sarcófagos originales, el resto de las tumbas recogen los restos que fueron identificados. Es interesante leer lo que ocurrió a finales del siglo pasado con la investigación que una treintena de científicos, de distintas universidades, realizaron para averiguar la identidad de los más de noventa cadáveres enterrados en ella. El resumen es que fue un fracaso.
Las pinturas de las bóvedas y los arcos del Panteón, tras la limpieza a la que han sido sometidas, atrajeron enormemente nuestra atención, ya que las recordábamos con un color más apagado. Destacan no solo su estética sino también su técnica al fresco que les ha permitido soportar el paso del tiempo en un estupendo estado de conservación. Se representa en ellas la Anunciación de los pastores; la Santa Cena, en la que Jesucristo está sentado entre Pedro y Juan y, en los extremos, se representa a Judas Tadeo y a Marcial “el copero” -una figura poco conocida procedente de los evangelios apócrifos, que servía el vino; la copa que lleva en la mano, se relaciona con el cáliz de Doña Urraca-; la Crucifixión a cuyo pies aparecen arrodillados Fernando I y su esposa Sancha; el Apocalipsis de San Juan, que muestra en la bóveda central el Pantocrátor; y, además, las que quizás son las imágenes más conocidas de la pintura románica: el calendario agrícola, en el que cada mes se representa simbólicamente por la actividad agrícola o ganadera propia de cada uno de ellos. Importantes también son los capiteles historiados que recogen las primeras representaciones de Cristo en arte medieval.
Esta maravillosa “Capilla Sixtina” nos transporta al medievo, a un espacio íntimo, en el que nos sentimos protagonistas de una época que nos dejó arquitectura, arte, magníficos manuscritos y como no, el parlamentarismo.
En la sala del Tesoros de los Reyes de León, vimos unas maravillosas arquetas; destacamos por su belleza la de los marfiles, del siglo XI, la arqueta que contenía las reliquias de San Isidoro, que Fernando I mandó traer de Sevilla, o la de los esmaltes de Limoges. También una colección de cajitas árabes y una pequeña pieza de asta de reno, la única de arte vikingo que puede verse en España.
De no ser por la temperatura, hubiéramos alargado un poco más la contemplación de estas maravillas, pero era un frio día de invierno y la piedra milenaria parecía trasmitirlo. Hacía varios años que no visitaba el museo y al salir pensaba en las significativas joyas arquitectónicas y artísticas que guarda esta ciudad y en la importancia de su difusión.
Por cierto, a la salida nos esperaba el rey Alfonso IX, que nos miraba desde la plaza de Santo Martino, ufano de que se le hiciese justicia al colocar su estatua en este lugar, ya que, como sabemos, fue quien aprobó los Decreta, en 1188, por los que León ha sido reconocida por la Unesco como la “Cuna del Parlamentarismo”.
Texto: María Ángeles Zayas.
Fotografías: María Ángeles Zayas, Rosa Gómez, Mar Calzado y Jomardi.
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