Barniedo – Portilla de la Reina – Puerto de Pandetrave. 6 de Mayo.
Solamente seis días después de realizar la quinta etapa, los peregrinos de la “Pulchra Leonina” se ponen en marcha para acometer una nueva etapa del Camino Lebaniego.
Se realiza una parada técnica para un café mañanero quedando un autobús en La Villa de Boca de Huérgano y otro en Barniedo repartiendo trabajo y beneficios en estas localidades.
La etapa se presenta dura en dos sentidos: será un continuo ascenso acrecentado en la segunda parte que se corresponde con el puerto de Pandetrave y será mayoritariamente por asfalto, que sabemos que castiga inmisericorde los pies de los peregrinos.
A cambio, Madre Natura, nos ha recibido con sus mejores galas: verde intenso y explosiva vegetación y coloridas flores por doquier.
Las escobas con sus amarillentos “zapatitos del niño Jesús” que decíamos de pequeños, los espinos blancos cuajados de flores, los brezos (urces los denominamos por aquí) mayoritariamente vestidos de flores blancas, aunque la misma planta presenta flores moradas y ese árbol desconocido para la mayoría que aquí se genera de forma natural y que por estos lares denominamos “cerezuelo” o “cirizuelo” y cuyo nombre científico es “prunus padus”.
Poseen en esta época unos ramilletes florales blancos que, mecidos por la suave brisa que acompaña nuestros pasos, satura nuestra pituitaria de un aroma que deseamos conservar, si ello fuera posible, en todo el trayecto.
No hay ninguna población hasta llegar a Portilla de la Reina atravesando este estrecho valle cerrado de cumbres un tanto desnudas unas veces y cubiertas, en su cara norte, de hayas recién vestidas de hojas verde brillante.
Y en estas laderas que nos aprisionan y que dan paso únicamente al río y a la carretera que con esfuerzo trazaron los humanos, contemplamos miles de gamones (asphodelus albus) que muestran todo su esplendor con su hermosa flor (la gamonita la llamamos por aquí). Esta planta tan enseñoreada hoy fue, en otros tiempos no tan lejanos, objeto de deseo entre los habitantes de estas tierras: recolectada y puesta a secar tenía dos destinos. El primero y principal era alimentar a los cerdos previa cocción y con el añadido de algún salvao, patata o berza y el otro servir de relleno en los humildes jergones de casas poco pudientes.
Y las gamonitas, la flor una vez seca, generaba un palo hueco que servía a modo de vela en aquellos años en que no había electricidad o la había, pero cada casa pagaba únicamente por una bombilla instalada en la cocina. Recuerdo perfectamente como mi abuela encendía una en la lumbre baja de la cocina y me la entregaba para subir hacia mi cama. Si la quiruela (nombre que se daba a ese palo seco de la gamonita) se apagaba o se gastaba antes de llegar al destino había que hacer el resto del trayecto a oscuras.
Ya lo sabéis: gamón, gamonita y quiruela son las palabras a aprender.
En Portilla de la Reina sellan los peregrinos su credencial en el albergue y visitan también el bar del pueblo para avituallarse pues, como en las carreras ciclistas, comienza un puerto que hay que ascender para llegar a la meta.
Visitamos también en la misma localidad el museo del indiano Nemesio Díez donde se agolpan fotografías que recuerdan las peripecias de estos intrépidos habitantes de la montaña oriental. En concreto la de este montañés que con tan solo 14 años se embarcó, cruzó el charco y, a base de trabajo y esfuerzo, labró una fortuna que el terruño en el que nació le hubiera negado por mucho empeño que hubiera puesto en ello.
Hay en la localidad otras muchas construcciones, perfectas en su ejecución, lo que nos indica que los nativos de este pueblo, al igual que Nemesio, trabajaron duro durante su vida y conservan ahora la herencia de sus antepasados.
Terminamos el pincho de tortilla con el que nos agasajaron en el bar del pueblo y libada hasta la espuma de la cerveza
comenzamos el ascenso del puerto disquisicionando si la lluvia que anunciaban nuestros móviles harían acto de presencia o si los peregrinos seríamos capaces de aplacar la tormenta recordando el toque de campanas que denominaban “tente nube”.
No funcionó: en un abrir y cerrar de ojos una cortina de agua se interpuso en nuestro camino y, entre sacar el chubasquero y ponerlo a pesar del viento reinante y abrir el paraguas y conseguir que el aire no nos lo volviera del revés, acabamos empapados cuando aún estábamos a mitad de la subida del puerto.
Pero Madre Natura se apiadó de nosotros y, poco tiempo después, nos mandó un sol triunfante entre nubes que secó nuestras ropas.
Próximos a la cumbre de nuestra etapa divisamos los pétreos farallones de los Picos de Europa, estampa impresionante donde las haya, entre los que divisamos algunos neveros que sobrevivían a pesar de las altas temperaturas de este mes y de los precedentes y de la pertinaz sequía que se decía antes.
Esas cumbres nos quedan lejanas en nuestro camino hacia Liébana que culminaremos, si Dios quiere, el tiempo lo permite y nuestras fuerzas nos acompañan el fin de semana del 17 y 18 de junio.
Llegamos a la cima, estacionamos nuestros cuerpos cual vehículos recalentados junto al mirador al lado de las modernas auto caravanas que pululan ahora por la zona sin cesar y devoramos con fruición las viandas que quedaban en nuestras mochilas. Y ya se sabe: “de la panza sale la danza”
Con la “andorga” llena que decían nuestros pastores trashumantes que también por estas zonas pastoreaban las merinas, se desborda la alegría de los peregrinos y se entona con salero el “Viento del Norte” para que la brisa que corre generosa se lo lleve a cántabros y asturianos en nuestro nombre.
La jornada toca a su fin y entre risas, quejas por la tormenta, deseos de entonar “Todos somos de León” y también algunas estrofas del Himno de la Asociación, introducimos nuestros cansados cuerpos en el autobús que nos mecerá hasta llegar a nuestro destino.
Nuestro destino final está al alcance. Hasta entonces: ¡Buen camino peregrinos!
Texto: Miguel Ángel Fernández Pérez.
Fotografías: Juanjo Robles, Ramiro Martínez, Rosa Gómez, y Miguel Ángel Fernández.
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