Cegoñal, es un bonito pueblo donde pensaba hacer un reportaje fotográfico y me encontraría con los vecinos que nos esperaban para abrirnos la iglesia o enseñarnos el pueblo.
Aparqué el coche enfrente de la vieja escuela, que tenía el aspecto de haberse convertido en el club del pueblo. Había otros coches allí, probablemente de cazadores, pero la casa estaba cerrada y paseé para conocer la parte alta del pueblo.
El pueblo está partido por la carretera y por el río. Abajo, al cobijo de una colina, está la iglesia y en la ladera de la montaña que da al sur, se escalonan las calles, para recibir incluso el último sol de la tarde.
En los pastizales se veían las briznas del césped hundidas bajo las aguas desbordadas, por las fuertes lluvias de estos últimos días.
Corría el agua por las pendientes y esparciéndose inundaba los prados. En las lindes de las fincas, próximas al camino, corría el agua arremolinada, como si fuera un arroyo. Surcos de agua por doquier, testimoniaban los continuos aguaceros. Corría el agua... esto es lo que dicen, que precisamente significa el nombre de Cegoñal, lugar de agua.
Los hijos del pueblo vienen a él en los buenos meses del calor y entonces habitan hermosas casas modernas o restauran las abandonadas de sus familias.
Allí cerca me encontré con Isidoro y sus gatitos, tan preciosos y juguetones.
Tiré muchas fotos para ver de cogerles, pues no paraban quietos. A uno se le ocurrió ponerme las cosas más difíciles trepando a toda velocidad por la corteza de un roble.
Este pequeño era como una bolita de algodón, inquieto, se movía de cosa a cosa y no hacía caso de las señales de Isidoro, para que se nos acercara y se pusiera en pose.
Una casa de piedra comparte el patio con la nueva vivienda aledaña.Me llamó la atención la gran piedra redonda que sobresale en la pradera. ¿qué misión tendría?
Me contaron que la fuente estaba más centrada en la plaza, pero posteriormente la orillaron junto al pilón. En la piedra, muy desgastado, está labrado el nombre de un hijo del pueblo, canónigo del cabildo leonés: Ildefonso Valcuende.
En la calle nogal, el añejo árbol nos saluda desde la soledad de sus ramas desnudas y su ancho tronco medio hueco.
A la derecha vive Aurora, que está preparándose para irse a trabajar. También su perro nos saluda, ladrando, por supuesto y haciendo cabriolas alrededor de la dueña y de su coche.
Aurora me advierte que los peregrinos estarán a punto de llegar y sería conveniente bajar a la iglesia, algo que hago de inmediato y ella llega enseguida con Maribel.
Cuando paso el río me sorprende ver cómo va de crecido, casi llega a los ojos del puente y ha inundado parte de la orilla, menos mal que es al lado contrario a la carretera.
Frente a la iglesia hay un chalet con unos simpáticos ciervos que adornan la verja de la casa. Están casi cubiertos por la hojarasca del seto.
También es una belleza el gallo-veleta, que gira en lo alto de la espadaña de la iglesia. Se ve que hay afición en el pueblo a estos trabajos de forja y herrería, pues encontré otras figuras de pájaros hermoseando otra verja de una casa.
Aquí llegan los peregrinos y Rafa, con su destreza, consigue este reflejo sorprendente.
Alegres están los peregrinos, que habían abierto la ruta, por sendas cerradas de espinos o inhundadas de agua y se les une la gente del pueblo, que estaba esperando su llegada.
Nos esperaba Juan, el hermano de Jose y la señora Vigis, su tía, con la llave de la iglesia y allí llegaron las chicas, Aurora y Maribel. El reportaje del pueblo y el interés por reabrir la ruta del Viejo Camino suponía todo un acontecimiento para la ciudadanía. ¡Hasta el panadero de Puente Almuhey, desde su furgoneta, se interesó!
Pasamos a ver la iglesia y la multitud de obras de arte que contiene. Ved nuestro reportaje fotográfico sobre Cegoñal con detalles de la iglesia y anotaciones.
Ahora Juan, me acompaña a visitar la fuente, que por similitud con otras muchas me parece romana. Mana cerca del río y debido a la gran afluencia de caudal, tiene un nivel de agua muy alto.
Nos acercamos a ver una de las casas de arquitectura tradicional, que se conserva en buen estado, pues estuvo habitada hasta hace poco. Es de esperar que sus actuales dueños la cuiden y también los visitantes podamos disfrutar de su hermosa planta y finura.
Luego fuimos a su casa. Un magnífico caserón muy bien restaurado, con una entrada al patio enmarcada en un arco de medio punto, lo mismo que la ventana y con grandes piedras sillares.
Los perros salieron a saludarnos y ya no nos dejaron, ni siquiera cuando puse en marcha el coche, pues me fueron guiando hasta la salida del pueblo.
Después de visitar la iglesia, también los peregrinos siguieron su marcha hasta Puente Almuhey, donde yo me reuniría con ellos, junto a la ermita, para torcer el camino hacia el Valle del Tuéjar.
Texto y fotos de Rosa Fadón y Rafael Cid
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