La apuesta es bien simple:
Los hispanos llegaron a América siglos antes que Colón. El rey español Alfonso II el Casto ataca la ciudad de Lisboa, que está en manos de los musulmanes, en el año 798 D.C. y se lleva consigo un botín fabuloso. De vuelta a su palacio propone a sus nobles una aventura extraordinaria que podría hacerles a todos inmensamente ricos y poderosos; pero algo debió salir mal pues unos meses después los nobles deponen al rey y le encierran en un monasterio del occidente asturiano. Y no le sacarán del encierro hasta el año 808 cuando los ejércitos del nuevo califa cordobés están arrasando los territorios cristianos y ya lo dan todo por perdido.
¿Qué ocurrió en esos años y que fue borrado de las crónicas de aquellos tiempos?
Esta fantasía épica propone la solución al enigma. Disfrutaréis intensamente con su lectura.
Una fantasía épica que
propone una serie de enigmas a vuestra consideración, el principal de ellos es:
¿fueron los españoles los primeros europeos en ir a América para conquistar tan
inmensos territorios? Llevo tiempo escuchando que los vikingos llegaron antes y
se quedaron, aunque nadie se enteró de ello
Yo estoy convencido que
siglos antes de que el primer vikingo aprendiera a navegar los hispanos
cruzaron el Atlántico, pero la aventura original fracasó y hasta se borró de
las crónicas de la Alta Edad Media toda posible referencia a semejante fiasco.
Investigando la
historia de España di con algo que me parece que no tiene parangón en la
historia de la humanidad: El rey Alfonso II El Casto lanza un sorprendente
ataque sobre la ciudad de Lisboa en el año 798 y la arrasa volviendo a sus
territorios del norte cristiano con un fabuloso botín.
Hasta aquí lo que
cuentan los libros de historia. Pero también nos cuentan es que al año
siguiente los nobles deponen a Alfonso y le encierran en un monasterio y allí
le tendrán encerrado durante más de 8 años.
¿Mantener durante años
preso a un rey? ¿Al glorioso y poderoso rey Alfonso II el Casto? ¿Con todas las
riquezas que les había conseguido a los nobles? ¿Qué había hecho Alfonso? ¿En
qué aventura se embarcó?
Leer esta novela y
saldréis de dudas. Yo fui de asombro en asombro al escribirla y es lo que os
prometo con su lectura: ¡os quedaréis asombrados!
Y para que se os pongan los dientes largos os paso el primer capítulo de la novela.
Tres
bajeles y un botín inesperado
En la paz del
monasterio, recogiendo manzanas, una clara mañana de lluvia fina y fresca el
rey pasea y rememora.
Recuerdo; recuerdas,
sí, las jornadas felices cuando saliste victorioso del asalto a Lisboa. Un
botín inmenso, artesanos judíos y esclavos africanos engrosando las filas de
tus tropas con los condes al frente, de regreso a las montañas del norte;
apenas sufrimos bajas. Pero encontramos algo más, algo grandioso que conseguimos
tras cruel batalla en el puerto magnífico de la ciudad amurallada. No se
esperaban nuestro veloz ataque con las primeras luces del alba: tres estupendos
bajeles arrebatados a la morería. En ellos te embarcas con tu tesoro y esclavos
y das la orden de partir hacia las costas asturianas.
Sobrevivieron al asalto
algunos marinos moros que contigo llevas forzados y vigilados. Navegación de
cabotaje; siempre a la vista de la costa por si hay que realizar un rápido
desembarco. Son hábiles estos navegantes. Al paso por la costa galaica un
fuerte temporal nos sorprende y deciden refugiarse en el puerto seguro de una
pequeña ría. Apenas poner pie en tierra tu atenta mirada de guerrero observa una
extraña y pequeña nave amarrada y desierta. Preguntas por sus dueños.
Son un pequeño grupo de
monjes irlandeses que llegaron un par de horas antes y el señor del lugar les
ofreció refugio y cama. Monjes irlandeses en tierra de bretones, no es cosa
rara de ver pero, ¿a qué habrán venido? ¿De qué estarán huyendo?
Ya ves llegar deprisa y
corriendo al señor de la villa con dos guardias detrás. Y a tus pies se postra
raudo al reconocerte.
− ¡Qué gran alegría! ¡Qué
gran honor para nuestra casa! ¡El rey ha llegado! ¡El rey! −Grita dando grandes
voces.
−Vale, vale, no grite
más mi noble Arnaldo; ya le habrán oído hasta en Mondoñedo.
−Señor, disculpas pido
y mi casa ofrezco. Todos le hacíamos atacando Lisboa.
−Atacada y arrasada la
hemos dejado. Estos barcos son parte del botín que me traigo de recuerdo. ¿Qué
historia es esa que me han contado los pescadores de unos monjes foráneos?
−En mi torreón les
tengo refugiados. Vayamos presto mi rey a resguardo del temporal y podrá
conocerlos.
Una noche grata fue aquella,
recuerda el rey, mientras lava un par de manzanas en una fuente y se las
desayuna. Inmediatamente le cayeron bien aquellos monjes, le recordaban los
años que pasó en su juventud en Samos con otros similares. En cuanto supieron
que era el rey de Hispania le pusieron al corriente de sus planes: Iban a Roma
para dar cuenta a su obispo y a la cristiandad entera de un importante hallazgo
de su obispo marinero. Brandan, o algo así dijeron que se llamaba, había
navegado hacia el oeste y había encontrado varias grandes islas prácticamente
deshabitadas.
¿Al oeste? ¿Más allá de
la mar océana?
Aquella noticia le
pareció fiable por venir de quienes venía y hacia quienes se dirigía. Esa noche
y sucesivas una clara idea, pero arriesgada, se fue formando en su dura mollera
de rey monje; con los bajeles al resguardo del puerto de Gijón apenas llegar a
su enclave palaciego convocó a curia palatina a todos sus nobles en una fecha
cercana. Algunos aún estaban de regreso de sus últimas correrías por la costa
occidental de España.
Hay días que huelen a
triunfo desde el primer momento que te sientes respirar, al salir del mundo de
los sueños, antes aún de abrir los ojos. Reunidos los nobles en su palatino
retiro les expuso su proyecto en distendida charla.
− ¿Y dices Alfonso que
ese Barandán obispo encontró una isla al occidente?
−Encontró varias y
algunas muy grandes. En cuanto los monjes lleguen a Roma, si no lo han hecho
ya, la noticia correrá como los galgos en todas direcciones. Incluso los
morucos saldrán a toda vela para buscarlas y reclamarlas para sí, el Emperador
Carlos estará ya desplegando velas; menudo águila está hecho.
−Y tú tienes tres de los
mejores bajeles que existen; entiendo.
−Y los suficientes
navegantes bien avezados en surcar los mares.
−Pero los pescadores
siempre han dicho que no se puede ir muy lejos hacia occidente; que vientos y
corrientes te mandan de vuelta a la costa a poco que te alejes.
−No se preocupe por
ello mi conde Teudane que ya se encontrará el modo y manera de superar con esos
buques lo que consiguieron unos monjes con sus lanchas.
− ¡Pero provisionar
tres bajeles para la conquista saldrá por un pico!
−Y de los grandes, mi
conde Fruela. ¿Quién de vosotros quiere liderar la empresa? −Todos callados; lo
suyo son los caballos y las yeguas, no son marineros. Tras unos minutos de
callada ausencia y mirada extraviada a los vencejos que les pasan cerca uno de
los nobles se atreve a abrir la boca.
− ¿Y este convite cómo
se paga? ¿Vas a ir tú?
−Yo no iré pero ya
tengo el hombre que dirigirá la travesía náutica. Será mi amigo Teodoro el
conde bizantino, bien ducho en manejar esas naves, quien embarcará con todos
sus hombres. Pero solo son quince soldados a repartir en tres grandes barcos;
lo justo para vigilar a los marineros moros. Y el convite se paga a escote,
como siempre, y a la vuelta se reparte; no vamos a cambiar ahora nuestras
costumbres por unas cuantas islas. No me digáis que no tenéis posibles con todo
lo que nos hemos traído de Lisboa; a alguno le tentará ser conde de una isla
propia. Necesito soldados, cien por nave, es lo mínimo, son trescientos;
también irán unos cuantos pescadores; así mismo embarcaré seis de mis judíos
que son hábiles artesanos de los metales y entendidos en minerales. Pensarlo un
momento: ¿y si encuentran plata y oro en esas islas vernales? Lo diré por
última vez, ¿Quién se apunta a este festín? Porque en cuatro días levantaran
velas y se irán.
No hizo falta decir
más, recuerdo bien; casi hay combates a espada allí mismo (y no sé si no habría
alguno a mis espaldas, que bien conozco a los nobles) En cinco días estábamos
en el puerto despidiendo los bajeles. ¿Un pico? Una montaña costó aquello. Solo
con lo que tuve que pagar por unas velas nuevas luciendo la hermosa Cruz Patada
hubiera levantado una iglesia.
La impedimenta, los
alimentos, las cubas de agua, todo estaba maravillosamente ordenado nave tras
nave. No me había equivocado con Teodoro; un regalo del cielo aquel hombre que
había conocido en Victoria y se vino conmigo a las Asturias. Gente rara los
romanos, pero fiables soldados y muy devotos; y nadie discutió su jerarquía al
mando. Años se había pasado en los bajeles del Emperador de Bizancio antes de
venir a España y aquello se notaba a simple vista. Los morucos se los habían
arrebatado al Emperador Romano y ahora me harían a mí Emperador Hispano.
Les saludé con la mano
al verles partir y mi pecho henchido de emoción y orgullo me obligó a hacer
grandes esfuerzos para no gritarles al soltar amarras. (Como encuentren algo de
plata se van a enterar los morucos el verano próximo. ¡Les echo a todos de
Hispania!)
Fue la última vez que
les vi; nunca más se supo de ellos. El mar se los tragó. También se debió
tragar a los monjes el gran océano pues han pasado los años y nunca llegó
noticia de ellos a obispo alguno. Y yo sigo preso; ocho años ya; me siguen
teniendo prisionero los que a mi convite acudieron; ocho años llevo ya en este
pequeño monasterio, he vuelto a ser un sencillo monje lejano del mundo y sus
miserias. ¡Qué cruel es la vida! Tenía tantos grandes sueños, una ciudad nueva,
un gran templo, un imperio…
¿Qué os parece? Pues ésto es solo el principio, la aventura es prodigiosa y cambiará el destino de la humanidad de una manera misteriosa e irrevocable.
Si queréis descargarla para vuestro lector digital podéis dirigiros a esta dirección:
Pero los amigos no tenéis más que mandarme un correo a cuassia@gmail.com
Y lo arreglamos entre nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario