Como seguimos sin poder realizar ninguna actividad al aire libre, continuamos con el Filandón del Camino, recordando lo que es el filandón.
El filandón es una reunión que se realiza por las noches una vez terminada la cena, en la que se cuentan en voz alta cuentos al tiempo que se trabaja en alguna labor manual (generalmente textil). Tal reunión se solía hacer alrededor del hogar, con los participantes sentados en escaños o bancadas. Es la actualidad todavía se llevan a cabo en nuestra provincia.
Hoy presentamos dos anécdotas de nuestros amigos, Ángel Chamorro y otro Ángel, de apellido, Herraz.
Una experiencia en mi primer Camino a Santiago
Realicé mi primer Camino francés hace ya más de diez años. Coincidí con dos mujeres de mediana edad, una de ellas venía de Salamanca y la otra venía de Alicante. Enseguida decidimos hacer juntos el Camino. La experiencia fue muy interesante, éramos los tres muy distintos en ideas y creencias. En su caso una de ellas era atea y la otra creyente y practicante. Durante nuestro peregrinaje, si coincidía un domingo, debíamos organizar la salida para poder llegar al destino a tiempo para la misa, pero esto nunca supuso un problema.
Al llegar a Santiago, fuimos directos a la catedral. La misa estaba empezando y pusieron en marcha el botafumeiro, la que era atea comenzó a llorar sin parar y se pasó toda la misa muy emocionada.
La otra también recibió una sorpresa pues al salir, la esperaba fuera el que había sido el amor de su vida.
Fue una experiencia aleccionadora y también divertida. Recordaré entre otras anécdotas, la de que, en una de las primeras lavadoras, se destiñó alguna prenda y a partir de ese día toda mi ropa blanca era de color rosa, así que me tomaron mucho el pelo, (la pantera rosa). Pero no olvidaré el valor del esfuerzo, el cansancio, la satisfacción de llegar cada día a nuestro destino, de conocer a otras personas con distintos motivos para peregrinar, unos sorprendentes, otros emocionantes y todos con el mismo objetivo, llegar a Santiago.
Ángel Chamorro.
Una pequeña anécdota del Camino “muy gallega”
Hace algunos años, todavía no pertenecía al grupo de la tercera edad, me ilusioné con el camino a Fisterra y disfruté caminándolo unas cuantas veces.
Resulta que había participado en una peregrinación organizada desde la Asociación de Amigos del camino de Galicia, para reivindicar la visibilidad de esa prolongación del camino que llega a Fisterra y Musía. Con el atractivo añadido de contemplar el Rayo Verde, a la caída de la tarde, desde el mismo fin de la tierra y si se terciaba quemar alguna ropa o las botas gastadas en recuerdo de la purificación, quizás sanitaria, que realizaban los peregrinos medievales.
Decidido a repetir esta aventura desde Santiago, en la etapa que va de Negreira a Olivera me propuse, de forma ingenua o en exceso confiada, pernotar en el albergue nuevo de este pequeño pueblo del interior, descubriendo para mi sorpresa que la etapa, debería haber sido Negreira a Cee.
Llegué a cuando atardecía, al tiempo que un habitante de Alemania que hablaba algo de español y muy poco de gallego, pregunté en el pequeño bar-tienda, donde se encontraba el albergue y como estaba. La guardiana del establecimiento mirándonos como mira un interventor de ferrocarril, cuando sospecha que no llevas billete, soltó, sin darse importancia, lo siguiente: “el albergue nuevo y único está en fase de hacerse y aquí no hay otro sitio pa dormir, ni pa quedarse”. Diré en su favor, que mientras decía esto nos servía un Riveiro casero con cacahuetes, la única tapa ese día en el menú. Todo esto a las 19,30 en el oeste de España y en verano.
Muy cordial y colaboradora, la gallega que atendía a los pocos parroquianos de , digamos el pueblin, nos informó de que en Hospital, otro pueblo entendimos; cerca de la bifurcación del camino a Fisterra un ramal y a Musia el otro, una vecina acogía en su casa a peregrinos si no eran muchos.
Contando al de Alemania, éramos dos, salvados pensé, y pregunté por la distancia hasta nuestra segura pernoctación, “dos horas más o menos”, contestó la informante, a lo que los presentes, muy participativos, asintieron con algunas objeciones y matizaciones que tenían que ver más que nada con nuestro aspecto de enclenques de ciudad.
Decidido e ilusionado (a quien podía acompañarme no le pregunté, pero supuse que se sumaría con esperanza) pasé a la pregunta siguiente, muy bien señora ¿Por la carretera o por el Camino? (dada la hora). Respuesta (el lector juzgará el nivel de galleguismo que contiene) “Depende, por la carretera lo más seguro es que si pasa un coche nos los verá y como no tiene orilla, les puede pillar”. Otra pregunta, por tanto, dentro de la más pura inocencia del peregrino ¿Y por el Camino? (respuesta del mismo estilo) “Depende, por el Camino que está muy mal en alguna parte, como la cuesta del pedrero antes del reguero que luego sube al pueblo entre las escobas y lo de noche que se les va a hacer, seguro que se pierden”
Ante las respuestas inmisericordes y la posibilidad de quedarnos en el pueblin, la elección estaba clara: Salir de allí lo antes posible y por el Camino, ya que, entre que te pille un coche o que te pierdas, es preferible la segunda pues alguien, en algún momento, te encontrará.
Nos pusimos en marcha, los dos caminantes, con prisa, por la caída de la noche y con incertidumbre por el lugar al que llegar. Se cumplieron las profecías de “la Meiga de Olveiroa”, nos cubrió la noche y nos perdimos al bajar el pedrero; aunque pudimos cruzar el reguero y gracias a Santiago llegamos a un pueblo atraídos por la luz de una farola.
Teníamos que haber sospechado de la buena suerte. Resultó que la aldea no era Hospital y no había nadie por las calles. Para añadir un poco más de tensión, se apreciaba desde el pueblo al mirar al horizonte un resplandor como de fuego y naturalmente pensamos que se trataba de un incendio y justo hacia la dirección que nos encaminábamos.
Pero como Santiago siempre ayuda al peregrino, de la nada, apareció un mozo, al que, aunque hubiera sido de día, no se le hubieran podido apreciar muchas luces. El lugareño nos abordó y nos preguntó dónde íbamos a esas horas, contestamos que, a Hospital en busca de un sitio para dormir, le preguntamos si estaba lejos y como llegar; el mozo sin consultar guía alguna nos indicó “todo derecho, hacia el resplandor del fuego que sale de las chimeneas de la fábrica de Carburos Metálicos, donde encontrarán una casa”. Le di las gracias con mi mejor sonrisa y me soltó “como que gracias, por lo que les conté tienen que darme algo” y lo dijo de tal forma que sin pensar le solté veinte duros que encontré en el bolso.
Envueltos por la noche, seguimos caminando y llegamos a un lugar con una casa al lado de la carretera y un letrero en el que se podía leer Hospital. Llamamos a la puerta y respondieron desde una ventana” buenas noches, que quieren”, pues mire estamos haciendo el Camino y nos han dicho que en una casa de este pueblo acogen peregrinos “Si, pueden quedarse en la nave esta que está al lado de la casa y se pueden asear en el pilón de la puerta, que tiene un grifo” ¿Así, sin más? “Bueno, si quieren, en el cruce de arriba hay un bar que puede estar abierto y a lo mejor les dan algo pa comer”. Vale Gracias.
La nave era un pajar donde almacenaban, entre aperos agrícolas, pacas de paja y en la que vivía la oveja “lebrijana” con sus compañeras, además de gallinas, eso sí, con algo de separación; allí acomodamos nuestras mochilas y sacos de dormir. Después de refrescarnos en el pilón, caminamos al bar donde “Dios sea loado”, nos sirvieron un bocata.
Volvimos a dormir y a las 6,06 nos despertó el gallo de “Mos”. Recogimos, dimos las gracias a la acogedora señora de Hospital y después de un Colacao con Bica, a caminar para Cee pasando por delante de la fábrica, que en la mañana parecía dormida a diferencia del Aquelarre de fuego que organizaba por la noche.
Los nombres de los personajes que se mencionan en esta aventura, excepto el de una oveja y el gallo, han sido omitidos en cumplimiento de vigente Ley de Protección de datos .
Ángel Herranz.
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