Una vez más os presentamos un nuevo Filando del Camino, en esta ocasión dos maravillas anécdotas de nuestras socias Isabel Mico y Sara González.
Estamos esperando las vuestras.
DESPEDIDA DEL DÍA
(Mayo del … ¿2005 ó 2006?)
Mi amiga Marian, hospitalera en Foncebadón, me pidió que la sustituyera durante dos días. Necesitaba un pequeño descanso. Acepté encantada.
El primer día estuvimos las dos. Pocos peregrinos, ambiente muy acogedor y cena compartida. Terminada ésta Marian invitó a los peregrinos a acercarse a la pequeña iglesia anexa para un breve acto para despedir el día. Acudieron todos.
La iglesia en penumbra. Sobre el altar una vela encendida. Unas palabras sobre la historia de Foncebadón, un rápido comentario sobre un problema actual y el rezo del Padrenuestro. Cogidos todos de la mano mientras ella tocaba la flauta. Un sencillo acto muy emotivo.
Al día siguiente quedé sola como hospitalera. La limpieza, la acogida y la cena, sin problema. Pero … ya desde la mañana me rondaba, tenaz, el acto de ayer en la iglesia.
¿Improvisar, aunque el grupo era pequeño? ¡Imposible, no tengo ese don! ¿No hacerlo? ¡Una cobardía que no me perdonaría! A media tarde dejé de deshojar margaritas. Pregunté a un peregrino español, de unos cuarenta años, si podría ayudarme. Le conté mi problema. Aceptó y, además, con entusiasmo.
Intentamos imitar a Marian. En vez de hablar hice copias en español y en alemán para que cada uno leyera un trocito en voz alta.
El pueblo en silencio. En el altar la vela encendida. Lectura de las líneas que habíamos escrito. Y …, para mi agradable sorpresa hubo emoción en los abrazos. Y eso que faltó el dulce sonido de la flauta de Marian.
Tan sólo tres días en el albergue y, de tan corto espacio de tiempo, podría contar un par de anécdotas más de grato recuerdo.
Y es que Foncebadón tiene algo especial.
Isabel Mico
UN FINAL FELIZ .
Mi aportación para el filandón, es que mi primera peregrinación a Santiago, acabó en boda. A la cuál yo asistí en calidad de invitada tanto por parte de la novia como del novio, año y pico más tarde.
Finales de junio y principios de julio, del año 95. Tres mujeres y un hombre comenzamos nuestro peregrinaje. Una de las mujeres tuvo que abandonar en Villafranca, por enfermedad de su madre.
Guardo muy grato recuerdo de aquel Camino, pero sufrimos alguna “penalidad” en él:
Desde Astorga hasta Santiago de Compostela, llovió ¡todos! los días y a medida que nos íbamos acercando a la meta, la lluvia se fue convirtiendo en auténtico diluvio. Hicimos buen uso de la capa y del método de secado de botas, ya en el albergue, mediante la introducción de papeles de periódico en su interior.
Aparte, padecí una tendinitis en la rodilla, provocada por el fuerte desnivel existente entre Foncebadón y Molinaseca, lo cual me hizo arrastrar, literalmente, la pierna durante varios días.
Como anécdota adicional, contar que un perro nos acompañó durante varios días hasta nuestra llegada a la Plaza del Obradoiro, lugar en el que lo perdimos de vista. Cada mañana, nos esperaba a la puerta del albergue y viajaba con nosotros, parándose en las bifurcaciones indicándonos el ramal correcto. ¡Una auténtica aparición!
Pero, vamos a la historia:
Tengo una amiga que, por aquellas épocas trabajaba en Santiago de Compostela.
Al llegar al Monte del Gozo, mi amiga (que, por cierto, dijo que teníamos unas “pintas” penosas al llegar) fue a recibirnos. Quién sabe si, quizás, fue ahí cuando surgió el flechazo entre mi compañero de peregrinaje y ella.
Al día siguiente llegamos a Santiago de Compostela y después de cumplir nuestras “obligaciones” (y satisfacciones) peregrinas, fuimos a visitar a mi amiga que trabajaba en la Casa de la Parra, situada en la plaza de la Quintana de Vivos, detrás de la catedral. Nos recibieron amablemente y lo que más nos impresionó fueron las maravillosas vistas que se veían de la Catedral desde la azotea. Hasta hace relativamente poco (antes de la pandemia y las obras) existía un recorrido turístico por los tejados de la catedral, pero no entonces.
Pasamos varios días en Santiago con “guía local”, lo cual nos hizo también ver con otros ojos ese lugar al cual habíamos dirigido nuestros pasos.
Y así es como se fue fraguando la historia de amor, entre el peregrino y la “compostelana” de adopción.
Eso es todo. Esta es la historia de mi peregrinación, no exenta de calamidades en la que tuve que transportar un novio a una amiga…
Sara González.
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